En las sociedades modernas a menudo se percibe el fuego como símbolo de destrucción, como una amenaza para los entornos forestales, sin embargo, es un elemento clave para la renovación de los ecosistemas.
La quema de rastrojos, pastos y matorrales viejos favorece la germinación de nuevas semillas, que nutren el suelo orgánico potenciando nuevos crecimientos. Su paso influye en la dinámica de las poblaciones vegetales y animales, tiene un papel relevante para la salud de los bosques.
Estos ciclos naturales (llamados regímenes naturales de fuego), interactúan con la estructura forestal, propagando a distintas intensidades según el estrato de vegetación que vayan a regenerar (herbácea, arbustiva, arbórea).
El fuego como herramienta
En la prehistoria, los cazadores-recolectores utilizaban el fuego para fomentar el crecimiento de determinadas plantas o para favorecer a la caza. Los agricultores y ganaderos primitivos lo empleaban para despejar terrenos que luego serían destinados al cultivo, para eliminar residuos vegetales tras las cosechas, para regenerar pastizales y favorecer el crecimiento de alimento para el ganado o para abrir paso en zonas densamente pobladas de matorrales o especies arbóreas.
Fuego bueno, fuego malo
En Australia, Estados Unidos y Canadá, las tribus aborígenes comprendían la complejidad del fuego. Iniciaban pequeños fuegos controlados para rejuvenecer la tierra y el agua (los nuevos brotes que nacen tras el paso del fuego son más robustos, abundantes y dan más frutos, incluso preservan la salud de los ríos y lagos). Cuando los colonizadores europeos desplazaron a las tribus a principios del siglo XX, esa práctica se extinguió. El paisaje se transformó por completo. En zonas en las que había campos abiertos, aparecieron bosques densamente poblados, compactos, llenos de árboles y arbustos muertos, un entorno más propenso a enfermar o padecer plagas. La acumulación de vegetación muerta (combustible vegetal), combinados con un clima más seco y cálido convierten los bosques en cajas de cerillas.
Los intentos del hombre moderno de controlar el fuego (eliminándolo por completo de los paisajes forestales) han derivado en consecuencias desastrosas. Cuando aparecen incendios en zonas rurales en las que han crecido bosques de forma espontánea, por lo general se traduce en grandes incendios forestales que arrasan todo a su paso.
La extinción clásica no tiene ninguna capacidad de control sobre los comportamientos extremos de fuego, en incendios que encuentran gran continuidad, gran acumulación y disponibilidad de combustibles.
Para evitar incendios forestales cada vez más intensos y devastadores, debemos repensar nuestro enfoque sobre la gestión forestal.
Conocer los regímenes naturales de fuego es fundamental para determinar las bases de una gestión integradora que deje de concebir el fuego como un agente negativo, destructor, que debe ser extinguido y erradicado de nuestros paisajes. Tomar parte activa en los procesos de ignición, realizando quemas controladas que repliquen el régimen natural de incendios reduce la probabilidad de Grandes Incendios Forestales. Se trata de recuperar el uso del fuego como herramienta de prevención y de gestión de los ecosistemas.
Las quemas prescritas (o ‘cool burns’) ayudan a mejorar las condiciones del suelo orgánico, permitiendo que retenga más humedad. No queman las semillas y los nutrientes del suelo, ni destruyen raíces. La intensidad de la llama se adapta a la ecología de las especies de la zona y la velocidad del fuego permite hacer correcciones cuando es necesario.
Este contenido ha sido posible gracias al convenio Vallfirest x The Emergency Program.